sábado, 17 de mayo de 2008

Hasta que la muerte nos separe

"...en primer lugar, ahora sè que el amor no es un sentimiento, sino una decisiòn: uno decide amar a alguien, es decir, tolerarla, servirla, entenderla (o por lo menos intentarlo), respetarla, ser responsable, etc, etc. y eso es el verdadero amor, la responsabilidad que uno asume como individuo maduro y consciente. Sè que el enamoramiento pasa, eso que sentimos por la otra persona cuando la vemos y que sentimos maripositas o que andamos babeando por ella se termina, y sòlo el verdadero amor es el que queda.

Ahora, ¿què tan responsables somos como para asumir esa decisiòn que nosotros mismos, en un momento determinado, tomamos?"


Hace unos días una persona muy querida de mi entorno me mandó un e-mail del cual he extraído el párrafo inicial en este tema. Aunque lo que escribe me parece coherente y podría hasta decir que estoy medio de acuerdo, sigo pensando que el divorcio muchas veces si es no sólo necesario sino la única opción realmente. También pienso que cuando hay hijos de por medio uno debería sacrificar cualquier intento de "rehacer mi vida" por el bien de ellos, especialmente si son demasiado jovenes para entender "razones". Claro, luego está el infierno personal que es vivir con quien uno ya no ama, o por quien se ha perdido el enamoramiento, así que como dicen en mi rancho, la cosa no es nomás decir enchilame otra gorda.

Yo soy una persona que a los 24 años enfrentó un divorcio, esto es, ya he pasado por ese trance así que aparte de no desearselo a nadie propongo este tema con conocimiento de causa aunque para nada convencido que divorciarse o seguir al lado de quien no se ama (por la razón que sea) arregle 100% o satisfactoriamente nada. Para siempre arrastrará uno consecuencias/monstruos que sin bien pueden llegar a "invernar" en nuestra mente, constantemente estarán al acecho, especialmente cuando uno considera empezar una relación de nuevo, monstruos que tanto uno mismo como el nuevo prospecto amoroso deberían sentarse a analizar fría y detenidamente antes de volver a meterse a la camisa de once varas que es buscar al macho más apto o la mujercita que ahora si, satisfaga nuestras más peregrinas ilusiones.